Definitivamente era la cara negra de la ciudad, cada esquina estaba marcada por un sabor de cielo roto, mis pasos se posaban fuertes sobre el asfalto que se movía debajo de ellos, cada cuadra alzaba mi cabeza para comprobar que era aire lo que estaba respirando, pensé que no tenía dinero y el conductor de bus esa noche tenía cara de que le gustaba la platíca, de pronto si me subía sin pagar, y al bajarme salía a correr como a veces hago cuando no tengo plata, el conductor esa noche si me dispararía, y es que por estos tiempo a la gente le gusta disparar casi sin razones, mejor me evitaría problemas y caminaría hasta la casa, pasaría por Cofrem, el semáforo, Hato Grande, la selva, el seis de abril, la carretera, semáforo, puente, garza, monte, morgue, cuando llegué a la morgue me acorde de la historia de un muchacho que luego de una noche de humos y palabras al oído, tomo un taxi, converso con el taxista, y cuando pasaban por acá, y tras un comentario del conductor quien nombro la morgue, se lanzo del taxi que iba andando, tal vez era que le tenía miedo al tráfico de órganos que por estos días los medios anuncian, le temía a la palabra MORGUE que suena como a mugre o en realidad le tenía miedo a la esencia misma de la muerte, sin pensar salto del taxi agarrándose la cara para no rasparse, se levanto y empezó a correr en dirección contraria, corrió toda la noche, en medio de la carretera para parecer un carro y pasar inadvertido, no se cansaba solo corría y miraba a las personas, a los monstruos que de noche salen a encender sus carros y sus equipos de sonido en las puertas de los bares, veía todo eso, y pensaba que tal vez habían sido las palabras que le dijeron o los humos que penetraron en lo más hondo de sus pulmones, solo sé que esa noche corrió hasta la madrugada, freno en la parte más alta de la ciudad, y empezó, ahora caminando, a subir por la montaña, al cabo de tres días estaba en un monte desconocido pero ya no era Villavicencio la que se veía, era una ciudad más grande mas rota y gris, empezó a descender y después de unos meses se vio solo, caminando por una Bogotá moderna, de pantalones pegados y patillas largas, se vio solo pero no estaba triste, nada lo hacía más feliz que saber que así hoy no encontrara donde dormir, esa noche en Villavicencio había vencido a el tráfico de órganos del que tanto hablaban los medio, había vencido al mugre y definitivamente a la muerte
Camilo Orjuela
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